Cuando pensamos en los regalos que dieron los Magos de Oriente al Niño Dios, Rey recién nacido, la mente se nos queda en aquellos tres obsequios buenos porque no dieron lo que sobraba, ni oropeles, ni de tercera calidad, -sino lo mejor que tenían habiéndolo custodiado y traído desde lejanas tierras- pero en realidad lo que ofrecieron fue mucho más que los regalos materiales de por si valiosos y simbólicos que ofrecen a Aquel en quien ellos -por la fe que los trae de camino- ven no sólo a un hombre, un niño recién nacido, sino que ese niño es Rey y además le dan el incienso, símbolo de la oración que todos sabemos que es lo propio de un obsequio a sólo Dios. Los Magos de oriente dieron con los dones, el tiempo, el amor, la fe, el esfuerzo del cansancio, la búsqueda incesante, la perseverancia tesonera hasta llegar a Él y postrados adorarle.
La lección que se desprende es que se trata de hombres bien intencionados, de fe profundísima, que saben mirar el cielo descubriendo en él a Dios; se ponen en camino porque aquella fe les impulsa a la búsqueda incesante ¡Caminan y ven la estrella, no ven la estrella y luego caminan!
La vida del creyente es un camino para ir, como los magos, al encuentro de Jesús. Ellos, después de verlo se regresaron a su tierra, ya lo adoraron pero aunque salen de Belén -ahí se quedó el Niño con sus padres- pero ellos lo llevan por la fe en sus corazones. Al llegar tenían fe pero del encuentro con Él se acrecienta su fe enormemente porque nunca sucederá que volvamos, después de verlo, con la misma fe, o el mismo amor, la misma esperanza o la misma alegría. Jesucristo nunca nos quita nada sino es el que siempre nos da más.
Escrito por: Mons.
Juan José Hinojosa Vela
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